El desmanejo de la economía venezolana, como cabía suponer, comienza a tener toda suerte de efectos colaterales preocupantes. La escasez de divisas mantiene al sistema de salud venezolano al borde del colapso, desde que las restricciones cambiarias impiden la provisión normal de equipos y medicamentos indispensables para proteger debidamente la salud de la población.
Venezuela tiene algunos brotes de epidemias de origen viral. Esto es dengue severo y la fiebre llamada chikungunya. A ello se suma la aparición de la llamada fiebre hemorrágica, con algunos de los síntomas que alguna vez existieron en la Argentina, en tiempos del llamado “mal de los rastrojos”. La fiebre hemorrágica mencionada genera lesiones en la piel, fiebre alta, problemas respiratorios y hemorragia digestiva. La tasa de mortalidad es, aparentemente, alta. Su epicentro está en el estado de Aragua donde hay un grupo de pacientes que se está tratando en el Hospital Central de Maracay. Se trata de una afección que afecta a quienes viven en entornos rurales con sembradíos que al caminar por los mismos, entran en contacto con excrementos de distintos tipos de ratas.
Ante ese cuadro, Venezuela necesita estar preparada no sólo para atender a los infectados sino para proteger a los trabajadores de la salud y a todos quienes pudieran haber tenido algún contacto con los enfermos. Necesita, además, un inventario mínimo de vacunas en los centros en los que aparece el problema.
El pueblo venezolano debe tener a su disposición información acerca de los síntomas de la enfermedad y de los programas con los que el gobierno la está enfrentando. Frente al desastre cambiario, la atención de la emergencia no es tarea simple. Pero debiera estar entre las prioridades del gobierno venezolano.
Hasta ahora no se conoce si la fiebre hemorrágica mencionada tiene origen en un virus o en una bacteria. El Instituto Nacional de Higiene, en Caracas, ha tomado ya intervención en la emergencia. La agresividad de la enfermedad y el deterioro de los infectados confiere aparentemente al tema el carácter de urgencia.
Por ahora los nombres de los pacientes se mantienen en secreto, pero lo que está sucediendo ha tomado estado público a través de los medios. Cabe esperar que las autoridades de Venezuela informen públicamente, a medida que se vayan conociendo los resultados de las investigaciones en curso.
Nuestro país, que ha enfrentado ya este tipo de emergencias, tanto en tiempos del mencionado “mal de los rastrojos”, como cuando se producen infecciones consecuencia del hantavirus, debería compartir la experiencia acumulada con las autoridades sanitarias venezolanas.
No obstante, lo más extraordinario de esta historia es como procura Nicolás Maduro resolverla, acusando a los médicos y a los periodistas que difundieron la situación de obrar con “alarmismo” y de hacer “terrorismo psicológico”. Amenazándolos con la cárcel y, de paso, victimizándose. Cabe presumir que en más, quienes tienen la obligación de denunciar este tipo de situaciones pueden no hacerlo para no asumir riesgos personales.
La política de Nicolás Maduro siempre utiliza el miedo. También frente a este tipo de temas, queda visto.
Mientras tanto, en Chacao los equipos de fumigación están trabajando, tratando de eliminar mosquitos. Porque ellos son los portadores de enfermedades, como el dengue y el chikungunya. Y la ministro de salud se ha comprometido a que siempre haya reactivos suficientes (Acetaminofen) para luchar contra esos virus. El compromiso lo asumió ante especialistas en epidemias, preocupados por la situación. Con todo esto se demuestra que el problema no pertenece al mundo de la fantasía y que el propio gobierno está presumiblemente haciendo lo que puede respecto del mismo.
Mientras tanto, según “El Universal”, el acetaminofen escasea mucho en las farmacias. Como ocurre también con los remedios antiepilépticos, los antidepresivos, así como los necesarios para controlar la diabetes y las realidades de hipertensión. Y tantos otros. Casi todo. Y la gente sale “de gira” por las farmacias para tratar de conseguirlos, lo que no siempre sucede. El tiempo parecería no valer nada. Particularmente el de los demás.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.