Por ejemplo, la suscripción a la revista Biochimica et Biophysica Acta de la editorial Elsevier cuesta 25.000 dólares anuales. Las principales universidades americanas y británicas se están negando a renovar las suscripciones a semejantes precios.
La batalla de los investigadores comenzó en enero pasado, cuando Timothy Gowers, matemático de la universidad de Cambridge, escribió una entrada en su blog para explicar por qué había decidido, ya hace años, boicotear a Elsevier. Premiado en 1998 con la medalla Fields (el “Nobel” de matemáticas), Gowers alentó a sus colegas a hacer lo mismo. Sus quejas contra Elsevier son cuatro: cobra demasiado por sus publicaciones; obliga a las bibliotecas interesadas en suscribirse a una revista a pagar también otras que vienen en el mismo paquete; les corta el acceso a todas sus publicaciones si intentan renegociar los acuerdos; apoya un proyecto de ley norteamericano, la Research Works Act, que prohibiría al gobierno exigir la difusión gratuita de estudios financiados con dinero público.
Elsevier se defiende diciendo que sus precios no son superiores a los fijados por otras editoriales. Su gran margen de beneficios, 724 millones de dólares en 2010 con unas ventas de 2.000 millones, se deben simplemente al trabajo eficiente de la editorial, dice el director de relaciones académicas, Nick Fowler.
Inspirado en las ideas de Gowers, otro matemático, Tyler Neylon, ha logrado que se sumen más de 5.700 investigadores a una declaración pública en la que se comprometen a no publicar en revistas de Elsevier ni revisar originales propuestos a alguna de ellas.
Quizá por la protesta, Elsevier ha decidido finalmente retirar su apoyo a la Research Works Act, aunque a la vez advierte que sigue estando en contra de imposiciones legales en la materia. Se refiere a otro proyecto de ley, de signo contrario, para exigir que los resultados de investigaciones financiadas con fondos públicos estén accesibles, inmediatamente y gratis, en Internet. Ninguno de los dos avanza en el Congreso; los promotores de la Reasearch Works Act han anunciado que la dejan para otro periodo de sesiones.
Por su parte, la Casa Blanca elabora una propuesta intermedia, que favorezca la máxima difusión de los estudios sin perjuicio para las editoriales de revistas. Algo así pretende la ley actual, de 2008, aunque solo en un ámbito: los investigadores financiados por los National Institutes of Health tienen que poner las versiones finales de sus artículos en el archivo gratuito PubMed Central no más de un año después de la publicación en revistas (cfr. Aceprensa, 4-01-2008).
La alternativa gratuita
El aumento de publicaciones científicas on line es otro motivo que contribuye al malestar con las revistas caras. Los investigadores, que viven en una cultura que valora ante todo la libre disposición de la información, se sienten cada vez más incómodos por trabajar con empresas tan rentables que controlan la mayoría de las publicaciones más prestigiosas.
La alternativa está en las publicaciones de “acceso abierto”, facilitadas por los bajos costes de la edición en Internet. Según Paul Ayris, director de los servicios bibliotecarios del University College London, la difusión científica de libre acceso “es el sueño de cualquier investigador; pagar las carísimas revistas reduce el presupuesto para comprar libros nuevos”.
En este contexto surgen las revistas gratuitas como PLoS ONE, que ha pasado de publicar 138 artículos en 2006 a 6.749 en 2010, convirtiéndose así en la mayor publicación científica del mundo. Otro ejemplo es UCL Discovery, una nueva iniciativa del University College London. En este caso se trata de un almacén de acceso gratuito para que los investigadores depositen sus hallazgos. Además de la mencionada PLoS, existe arXiv, que permite subir a la red trabajos de matemáticas y de física que no son publicadas en las revistas especializados.
Pero las revistas científicas gratuitas aún no pueden hacer sombra a las de pago. Unas no disponen de medios para hacer revisar los originales por especialistas antes de publicarlos, de modo que la calidad de los artículos es muy desigual. PLoS tiene un sistema de revisión, pero aunque se sostiene principalmente con donaciones, también tiene que cobrar a los autores, hasta 2.900 dólares por trabajo. Además, sigue estando generalizada la idea de que el formato electrónico es menos serio que el papel, y las revistas gratuitas son menos prestigiosas. Esto no va a cambiar rápidamente, porque de hecho los estudios aparecidos en revistas digitales de acceso libre se citan menos. Y el número de citas y de publicaciones es hoy fundamental para la carrera de un investigador.
A la vez, las revistas necesitan a los científicos, que les suministran el material publicable. Por eso, los editores han empezado a probar nuevas ideas para hacer la información más accesible. Iniciativas como el boicoteo a Elsevier pueden acelerar los cambios.