De cara al escenario grande internacional aparecen por lo menos dos naciones que manifiestan abierta y multitudinariamente su profundo descontento con sus respectivos gobiernos.
La primera de ellas es la República Argentina, donde el presidente Alberto Fernández, cuya idoneidad se discute, ha sufrido ya ocho “banderazos”. Por “banderazo” se entiende una protesta multitudinaria, autoconvocada, que estalla simultáneamente en distintos puntos del país, pacíficamente, portando únicamente la bandera nacional como lazo que unifica a quienes protestan. El 57% de los argentinos, a estar a las encuestas de opinión, no aprueba la gestión del poco atractivo Alberto Fernández.
La segunda es Bielorrusia, donde las cosas son un poco distintas. Las protestas también allí son multitudinarias y ocurren cada domingo. Son, en principio, también pacíficas, pero las fuerzas de seguridad del dictador Alexandre Lukachenko, las reprimen con violencia y tratan de dispersarlas. Para ello utilizan bombas de estruendo que ensordecen de inmediato y gases lacrimógenos contra quienes integran la protesta.
En Bielorrusia hay 388 detenidos, por el “delito” de protestar. Dos de ellos son periodistas.
Además de las protestas, las redes sociales de ambos países fustigan constantemente al gobierno.
A veces, la policía bielorrusa utiliza armas de fuego y genera decenas de heridos. Para dificultar las protestas, el gobierno autoritario de Bielorrusia cierra las estaciones de los trenes subterráneos y corta las comunicaciones telefónicas móviles.
En la última represión en Bielorrusia, un manifestante sufrió lesiones cerebrales y falleció mientras estaba presuntamente siendo tratado en un hospital. Dio su vida por tratar de vivir en un país libre.
Hasta ahora, el gobierno local ha reconocido cuatro muertes, pero el periodismo sostiene que ellas son sólo parte del daño causado por la represión. Mientras las calles piden que el presidente dé un paso al costado, él se atrinchera y trata de disimular promoviendo reformas constitucionales sin mayor contenido, ni sentido. Está en medio de una tormenta que ha comenzado, pero que podría intensificarse y provocar el descontrol.
Dos pueblos tremendamente descontentos, entonces, y dos formas muy distintas de protestar masivamente. Por su facha, Alberto Fernández, con aspecto de tanguero perimido o empleado de una empresa de pompas fúnebres, parece no ser demasiado peligroso. Pero algunos sostienen que, ideológicamente, su deseo de cambio está claramente insatisfecho y emite constantemente señales de alta peligrosidad.
Lukachenko sobrevive aún gracias al apoyo de la Federación Rusa. Alberto Fernández, hasta ahora, lo hacía apenas como patética “marioneta” de Cristina Fernández de Kirchner. Pero esto último está cambiando y, en apariencia al menos, los dos Fernández se habrían “distanciado”. Muchos no creen que esto último haya sucedido, porque lo cierto es que cada uno de ellos necesita del otro.
Mientras tanto, los dos países viven en la intranquilidad, con fragilidad de corto plazo y sin proyectar un futuro de crecimiento que sea atractivo.
(*) Ex Representante Permanente de la República Argentina ante las Naciones Unidas
|