Los peronistas, como en general todos los políticos, sostienen que las personas mayores deben ser objeto de un cuidado reverente especial por parte de la sociedad. Pero, del dicho al hecho hay siempre mucho trecho, también en esto.
Una cosa es el discurso y otra, muy distinta, la realidad.
Después de todo, los mayores son responsables, entre otras cosas, de haber nada menos que construido toda la infraestructura que los jóvenes encuentran a su disposición y utilizan sin, por lo general, pensar en que ella es siempre consecuencia del esfuerzo previo, realizado por otros.
El actual gobierno peronista argentino, probablemente el más mediocre de toda la historia reciente, no ajusta las jubilaciones de los mayores en función de la inflación y los obliga así a perder sistemáticamente nivel de vida.
Como si eso fuera poco, también traslada el costo de atender a la pandemia del COVID-19 a los mayores, sin decirlo, obviamente. Es bien evidente que un impuesto “a la riqueza” golpea mucho más a los mayores que a los jóvenes, puesto que a los mayores se les quita una parte de lo que ellos (a diferencia de los jóvenes) han ahorrado con sacrifico durante toda su vida, precisamente previendo que, con el paso siempre inexorable de los años, su capacidad física de generar ingresos irá naturalmente decayendo.
Lo cierto es que no puede haber mayor obstáculo para atraer a la inversión que este tipo de tributo vejatorio, que evidencia algo increíble: que en la Argentina de hoy, ser “rico” -esto es haber ahorrado toda la vida para tener un poco de tranquilidad cuando llega la vejez, en un país donde las jubilaciones son miserables- es castigado, cual pecado mortal.
Sin escrúpulos. Sin pensar en que nuestros mayores no deben fundamentalmente ser los que paguen, con sus ahorros de toda la vida, el impacto de una sorpresiva pandemia. Ellos, con su largo esfuerzo, edificaron el actual país de todos.
Envejecer es, esencialmente, el arte de conservar la esperanza y, al mismo tiempo procurar una mínima tranquilidad. El “impuesto a la riqueza” está de espaldas a la equidad. Golpea a los mayores, con fuerza inusitada. Para ellos, la resignación frente a los abusos del gobierno deviene una suerte de triste normalidad y, para algunos, un verdadero suicidio diario.
No es que ignoremos a los mayores. Mucho peor: los golpeamos. Les pedimos un esfuerzo que los demás no hacen, en la misma medida.
Y lo cierto es que nadie se hace malvado de repente, la maldad se adquiere a través de un proceso, es el resultado de recorrer un camino que toma su tiempo e imprime un sello, siempre despreciable.
Lo ocurrido demuestra aquello cada vez más evidente de que en la Argentina de hoy “los únicos privilegiados son los políticos”. Lamentable, pero cierto.
Esa es la inocultable realidad, más allá de las declaraciones fáciles de agradecimiento y amor. Una verdadera vergüenza social, de la que nadie habla, no vaya a ser que de pronto haya que dejar de ordeñar hipócritamente a las más débiles generaciones anteriores.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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