Se trata, nada menos, que de poder confirmar la posibilidad de que es capaz de sacarse de encima esa enfermedad política inasible a la que se denomina “peronismo”.
El gobierno del presidente Mauricio Macri fue capaz de derrotar con claridad al peronismo, pero enfrentado ahora a una elección intermedia que se acerca y tendrá lugar el próximo mes de octubre, debe confirmar que la Argentina lo prefiere frente a la opción de volver a caer en el pernicioso pantano peronista. Las recientes elecciones primarias permiten ser moderadamente optimistas. Especialmente cuando el candidato oficialista, el buen ex ministro de educación Esteban Bullrich, luce capaz de derrotar a la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner nada menos que en la propia provincia de Buenos Aires que, desde hace años, es el gran bastión del peronismo.
Mientras la sombra del peronismo flote como posibilidad de regresar al gobierno, la inversión continuará alejada de la Argentina. Desde hace ya 20 meses el presidente Mauricio Macri procura atraer inversiones a su país, por el momento sin resultados significativos.
Es más, sus propios funcionarios muestran que forman parte de aquellos que, aún siendo locales, todavía desconfían claramente de un país en el que existe un tercio estático de sus habitantes dispuesto a no respetar el derecho de propiedad y proclive al populismo.
Por eso no es demasiado extraño que los medios acaben de difundir que hasta los más activos miembros del gabinete de Mauricio Macri mantienen todavía hoy casi la mitad de sus bienes en el exterior.
Hablamos de un 43% de esos bienes radicados fuera de la Argentina. Más aún, los funcionarios más acaudalados de ese gabinete tienen invertido más del 80% de sus respectivos patrimonios en el exterior. Por precaución, obviamente. Esto es por falta de confianza en el país que ellos mismos gestionan.
Su actitud, políticamente es la inversa a la del fomento de la confianza y curiosamente refleja, además, que desde que ellos entraron al gobierno el porcentaje de sus patrimonios ubicados fuera de la Argentina ha ido creciendo.
En rigor, la única excepción a esa curiosa realidad es la del propio presidente, Mauricio Macri. Se trata –no obstante- de una circunstancia casi fortuita, desde que el presidente argentino “repatrió” una parte de sus activos como consecuencia inevitable del escándalo desatado por los llamados “Panamá Papers”.
Según el diario La Nación, lo sustancial de esos activos está invertido financieramente, con un 60% de los mismos depositados en bancos extranjeros.
El propio funcionario más importante de la Agencia Federal de Inteligencia tiene el 86% de sus bienes en el exterior, donde vivió extensamente. Algo parecido sucede con el secretario de energía, que tiene el 84% de sus bienes en un banco también extranjero. Y con el titular del equipo de economía, que tiene el 88% de su patrimonio fuera de la Argentina. Así como con el presidente del Banco Central, que tiene el 70% de su patrimonio en otros países.
Pese a lo antedicho, buena parte de las inversiones se han realizado en bonos emitidos por empresas públicas o privadas argentinas. El actual canciller, un funcionario diplomático de carrera, por su parte, tiene el 81% de sus activos fuera del país. La lista de altos funcionarios con inversiones en el exterior es larga y diversa. Y, en rigor, bastante desconcertante.
Lejos de ser un escándalo, la situación apuntada es un reflejo del mal profundo generado por la desconfianza de los argentinos en ellos mismos, derivada de los cambios frecuentes de rumbo y, últimamente, de los desatinos populistas de Cristina Fernández de Kirchner. La ubicación de los bienes que pertenecen a la ex presidente no es pública. No obstante, la panoplia de acciones judiciales por corrupción que ahora la incriminan no solo sugiere que buena parte de sus activos están fuera del país, sino que presumiblemente existen también mecanismos societarios y financieros que aparentemente procuran ocultar la titularidad real de los bienes referidos.
Mientras la Argentina no muestre que sus propios más altos gobernantes confían efectivamente en su país, será difícil poder atraer a otros a realizar las inversiones en ese país que su crecimiento exige. Todo aquel que decide invertir en el exterior lo primero que mira es la conducta de los inversores domésticos y si lo que ve no genera confiabilidad, sus posibles inversiones se demoran o retraen. Esta y no otra es la realidad. Mal que nos pese. Nuestro primer enemigo podemos bien ser nosotros mismos.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
|