Por esto, el ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, en una interesante entrevista reciente conferida al excelente diario “La Nación”, de Buenos Aires, dijo sobre el resultado de la primera vuelta de las recientes elecciones presidenciales argentinas:
“El resultado me sorprendió mucho. No porque Macri y yo tengamos las mismas ideas, sino porque lo que se hizo en la Argentina en los últimos tiempos con Cristina Fernández de Kirchner, fue desastroso. Me parecería muy positivo para la Argentina que hubiera un cambio en el poder, creo que llegó el momento. Y si una victoria de la oposición en la Argentina repercutiera, además, en las elecciones legislativas de Venezuela (el 6 de diciembre), sería una maravilla. Porque en Venezuela tampoco se puede seguir así”. No tengo las mismas ideas que Cardoso pero, en esto, suscribo sus rotundas afirmaciones. Plenamente.
En Venezuela, mientras tanto, los comicios del 6 de diciembre se acercan rápido. Están ya a la vuelta de la esquina. La oposición, salvo imponderables, parece estar a punto de hacerse fácilmente de la mayoría en la Asamblea Nacional de Venezuela, esto es de controlar el Poder Legislativo de ese país. Y hasta no sería demasiado sorpresivo que obtuviera los dos tercios de su voluntad. Si esto último sucediera, desde el Legislativo la oposición podría destituir ministros y hasta al propio Vice-presidente. Y modificar las llamadas leyes orgánicas. Además, presidiría la Asamblea Nacional y todas y cada una de las distintas Comisiones Parlamentarias que existen. Esto es poder limitar -muy severamente- a Nicolás Maduro, entonces.
Si sólo alcanzara una mayoría simple (obteniendo más de los 84 escaños que para ello se exigen), la oposición podría estar en condiciones de no aprobar el presupuesto nacional, ni ratificar los tratados internacionales, ni aprobar la ley de endeudamiento, ni validar los contratos de interés nacional. No es poco. Para Nicolás Maduro, sería enfrentar una barrera realmente muy seria.
Pese a ello, la mayoría de los comentaristas y politicólogos venezolanos parecería no creer que Nicolás Maduro pueda animarse a suspender o a dejar sin efecto las elecciones que se acercan. Quizás porque su trono, el del Poder Ejecutivo, no está en juego. Y porque con una ola de medidas populistas de corto plazo que está montando pueda pretender morigerar -a último momento- lo que luce como una probable muerte (electoral) anunciada, el próximo 6 de diciembre.
En el exterior prevalece, en cambio, la visión de que Nicolás Maduro es un totalitario, absolutamente capaz de cualquier cosa, incluyendo una eventual ruptura frontal del andar democrático. No hay límites, entonces, para las sorpresas. Ninguno. Maduro no es garantía de nada, ni lo puede ser, jamás. Salvo de ineficiencia e incapacidad de administrar nada.
Los analistas locales creen, asimismo, que el gobierno chavista se prepara para poder conducir todo desde el Poder Ejecutivo, prescindiendo del Legislativo. Lo que es difícil, pero no imposible, sobre todo cuando se domina absolutamente el sumiso y vergonzante Poder Judicial venezolano que, cabe presumir, validará cuanto exceso constitucional pretenda el Ejecutivo. Y cuando, como si eso fuera poco, se utilizan perversamente los servicios de inteligencia para espiar constantemente al propio pueblo. Y cuando, además, como sucede en Venezuela, no hay principios morales que limiten la acción de gobierno, sino sólo perversidad y mala fe, que es la característica del patológico Nicolás Maduro y los suyos.
Por su parte, la oposición podría aprovechar el fuerte hartazgo de la gente, que vive sumida en la escasez de todo, y responder -con vigor- a la fuerte demanda de cambio que claramente llega desde la sociedad. Nítida.
Podría, además, trabajar con la meta de, ganadas que sean las elecciones intermedias, apuntar a realizar un referendo revocatorio a partir de abril de 2016. Lo que, después de la derrota, pondría mucha presión sobre Nicolás Maduro y los suyos y mantendría la esperanza de aquellos que sueñan con poder librarse de la pesadilla insufrible que supone vivir bajo el “chavismo”. Camino que no es nada fácil, porque para ponerlo en marcha se requiere un 20% del padrón electoral (o sea unos tres millones de firmas) en un ambiente de permanente intimidación y encarcelamiento fraudulento de los dirigentes opositores. Y porque para que las urnas revoquen, se necesita obtener unos 7,6 millones de votos, lo que -cabe apuntar- ya no es, para nada, un esfuerzo imposible.
Las encuestas por ahora siguen mostrando que la oposición tiene a su favor un muy firme 53% de los encuestados. Mientras que el socialismo apenas araña un escaso 27%. Y que existe un 11% que se dicen independientes (por miedo, muchos de ellos) y un 9% que ni siquiera responde.
Pese a ello, la oposición debe insistir firmemente en lograr los controles electorales que son necesarios para evitar un fraude, del que Nicolás Maduro es ciertamente muy capaz. Las misiones de observación electoral de los organismos multilaterales y regionales, así como las extranjeras, son entonces esenciales a la hora de tratar de tratar de evitar la manipulación de la verdad que, de otro modo, puede presumirse ocurrirán.
Con el llamado estado de excepción que Maduro ha impuesto en dos estados de la frontera, militarizándolos totalmente, su administración -de la mano de los militares- puede limitar severamente la campaña política de la oposición. Porque los derechos y garantías constitucionales están suspendidos.
Esto sucede particularmente en dos estados muy importantes. El de Zulia, donde vive el 22% del electorado del país. Y el de Táchira, de muy larga tradición opositora. En ellos, Maduro puede prohibir las reuniones públicas e infundir constantemente el miedo, mediante toda suerte de detenciones arbitrarias.
Esto podría afectar a nada menos que 33 de las bancas parlamentarias que estarán en juego. Mientras, en paralelo, el gobierno “chavista”, se presume, desatará una ola populista de regalos y subsidios inmediatos para, con ellos, “comprar” votos, a la manera de lo que sucede habitualmente, a cara descubierta, en el noreste del territorio argentino.
Pensar que Nicolás Maduro va a abandonar el marxismo es un sueño. Creer que abrirá el mundo de la política al pluralismo, otro. También es soñar esperar un cambio de rumbo en la política económica. O en los subsidios que van a Cuba para evitar el naufragio de su economía. O ser cándido y pensar que Maduro, si lo necesita, no le pasará por encima a la ley, tantas veces como lo crea necesario o conveniente.
Por esto, el camino venezolano de regreso a la libertad perdida que ciertamente se abre ahora para los castigados y sufridos venezolanos, será inevitablemente lento. Y estará seguramente plagado de toda suerte de dificultades. Previsibles o no.
No obstante, con paciencia y dentro de la ley, sacarse al arbitrario Nicolás Maduro de encima no es un sueño imposible. Es factible, si el pueblo venezolano demuestra desde las urnas que eso, y no otra cosa, es lo definitivamente quiere.
Si esto último ocurriera, Venezuela y la región toda se librarán de un tirano tan audaz como nefasto, capaz de cualquier cosa. Como lo demuestra su feroz -y fraudulenta- conducta en el caso del detenido dirigente opositor Leopoldo López, por ejemplo.
Lo que de pronto suceda, antes, en la República Argentina, como lo señala con razón el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, no será indiferente. Tampoco lo sería la materialización de la renuncia de Dilma Rousseff que el mencionado Cardoso reclama y Brasil necesita.
Es más, ambas cosas pueden ser un incentivo fenomenal para que los venezolanos decidan animarse a votar masivamente, de modo de obtener los dos tercios de la Asamblea Nacional venezolana. Porque lo de Argentina puede obrar a la manera de testimonio invalorable de cómo, dentro de la ley, un pueblo harto puede sacarse de encima los gobiernos tiránicos y autoritarios y dejar atrás a los discursos únicos y presuntamente inmodificables que ellos predican. Y el eventual cambio en Brasil, ratificarlo.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la república Argentina ante las Naciones Unidas.