Por una parte, Bolivia ha demandado formalmente a Chile ante la Corte Internacional de Justicia, tratando de voltear el Tratado de Paz y Amistad de 1904. Atacando jurídicamente su validez. Es su derecho, por cierto. Pero es una vía distinta a la del diálogo, que hasta ahora ha probado ser inconducente.
Pero, por la otra, está -ostensible y simultáneamente- “toreando” a su vecino. Provocándolo. Desplegando para ello una fuerte ofensiva en el plano de las comunicaciones. De tono casi belicoso. Duro. Ríspido.
Actúa con el apoyo evidente de sus correligionarios “bolivarianos”, incluyendo al Uruguay, donde el presidente José (Pepe) Mujica está “empujando” al MERCOSUR a que salga -en grupo- en abierto apoyo de Bolivia en su pretensión de recuperar una salida al Pacífico. Como si, de pronto, hacerlo no fuera una inaceptable ingerencia. Lo que, por lo menos, es una actitud peligrosa para la paz y seguridad regional. De perfiles inamistosos.
Pese a haber iniciado una demanda en la que aparentemente no confía demasiado, Bolivia tiene a sus personeros viajando activamente por todo el mundo con el encargo de promover encendidamente su “causa”. Y la hace constantemente pública, en los más variados foros internacionales. Otorgándole magnitud y generando alguna preocupación.
En su trajín, Bolivia insiste en que Chile tiene “la obligación de negociar” con ella. Como si el Tratado de 1904, que en su momento estableciera precisamente las fronteras entre ambos países, no tuviera absolutamente nada que ver con el tema. Y, peor aún, como si la noción de pacta sund servanda simplemente no existiera. O, por algún extraño motivo, no debiera -en este caso particular- respetarse. Lo que es difícil, sino imposible, de sustentar.
Ante esto, la Cancillería chilena acaba de emitir un documento grave. Por su contenido. Serio, entonces. Inusual. Acusa allí a Bolivia de estar “desestabilizando” la relación bilateral entre ambos países. No sin razón. Y le pide que tome medidas concretas para “desarrollar una relación constructiva”, lo que supone que -para Chile al menos- lo que Bolivia está haciendo es “destructivo”.
A lo que el propio Canciller trasandino, Heraldo Muñoz, agregó que las declaraciones a la prensa del propio presidente de Bolivia, Evo Morales, demuestran que no sabe lo que es ser tolerante con quienes piensan distinto a él. Agregando que procura usar la integración regional para descalificar a quienes no comparten sus opiniones.
La tensión entre Bolivia y Chile es, queda visto, evidente. Esto debe obligar a los países de la región a ser extremadamente prudentes en este tema en particular. Y a no acompañar a Morales en las provocaciones que pueda realizar.
La vía de la Corte Internacional de Justicia está -como hemos dicho- abierta. Por parte de Bolivia. Haberla elegido supone haber ejercido toda una opción. Grave. Válida. Y correr con los riesgos consiguientes.
La opción de que sea ese tribunal el que dirima el diferendo. Bien o mal. Que nos recuerda aquello de que “no puede borrarse con el codo lo que se ha escrito con la mano”, como desgraciadamente pareciera pretender Evo Morales. La vía jurisdiccional elegida por Bolivia es una alternativa respetable. Es nada menos que la del derecho. Mientras esté abierta, no caben actitudes que la relativicen.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.