Mientras nuestros debilitados organismos regionales -entre intimidados, asustados y sumisos- parecen no advertir la enorme gravedad de la situación interna en Venezuela, la jerarquía de la Iglesia Católica venezolana, en cambio, alza nuevamente su voz para hacer -a todos- una clarísima advertencia sobre la forma en la que el gobierno de Nicolás Maduro pretende resolver la crisis que ese gobierno ciertamente ha provocado y que hoy afecta a su país, desde hace ya dos meses: con palos.
La valiente y centrada Conferencia Episcopal Venezolana acaba de publicar un nuevo mensaje a sus fieles y al mundo entero que, por su realismo y entidad, no debe pasar inadvertido.
En el mismo, leído por Monseñor Diego Padrón, arzobispo de Cumaná, en compañía del propio cardenal arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino, se denuncia -sin rodeos de ninguna especie- que el gobierno de Nicolás Maduro: "se equivoca, al querer resolver la crisis por la fuerza".
Porque, sostienen los obispos católicos: "La represión no es el camino. Con ella no ha podido evitar las manifestaciones de protesta, ni dar respuesta al descontento y rebeldía de la gente. La salida de la crisis es clara, el diálogo sincero del gobierno con todos los sectores del país". Es así, porque es obvio que nadie tiene el monopolio de la verdad, el cual, por lo demás, no se infunde a través de las urnas. Menos aún un gobernante cuya legitimidad de origen está cuestionada: el inepto Nicolás Maduro.
Para los obispos católicos venezolanos, la causa esencial de la crisis que afecta a su Patria es "la pretensión del actual partido oficial y autoridades de la República de implantar el llamado "Plan de la Patria", "detrás del cual se esconde la promoción de un sistema de corte totalitario que pone en duda el perfil democrático".
Por ello el comunicado en cuestión destacó la existencia de "restricciones a las libertades ciudadanas, en particular a las de información y opinión; la falta de políticas públicas adecuadas para enfrentar la inseguridad jurídica y ciudadana; y los ataques a la producción nacional". Así como "la brutal represión de la disidencia política y el intento de pacificación o apaciguamiento por medio de la amenaza, la violencia verbal y la represión física".
Los obispos venezolanos exigieron que se respete el derecho a la protesta de los estudiantes y otros manifestantes pacíficos. Sobre la violencia que a veces aparece en torno a ellas, sostuvo que "es evidente que muchos (actos de violencia) de ellos son originados por grupos de infiltrados, con el objeto de tergiversar o desacreditar los protestas y provocar su condena". Lo que es a todas luces claro y evidente.
Además exhortaron al gobierno de Maduro a desarmar a los grupos de matones que utiliza, sobre cuya acción violenta confirmaron al mundo que "no se trata de grupos aislados o espontáneos, sino entrenados para intervenir violentamente". Lo que es gravísimo. Agregando que "en muchos casos han actuado impunemente, bajo la mirada indiferente de las fuerzas del orden público, por lo cual la actuación de éstas ha quedado seriamente cuestionada".
Los obispos hacen, luego de esa terrible descripción inequívoca de cual es, en los hechos, la realidad actual venezolana, un llamado al diálogo ante la "extrema gravedad de la situación", que Maduro y sus ad-láteres tratan de disimular por todos los medios. El diálogo, destacan los obispos, debe hacerse en condiciones de igualdad y con agenda previa. Sólo a través de ese mecanismo se podrá superar el odio, la violencia y evitar mantener a la población en una constante situación de zozobra.
Más claro, el agua.
Por esto Mario Vargas Llosa está camino a Caracas, para apoyar a quienes luchan por su libertad, casi terminalmente asfixiados por un gobierno totalitario y violento, en lo que Vargas Llosa llama "una batalla heroica". Frente a la cual, el gran peruano nos advierte que no se puede mantener una posición neutral. Y es así. Porque, como dice Vargas Llosa, si Venezuela cae, "la noche totalitaria va a seguir extendiéndose en nuestras democracias todavía no asentadas y débiles". Tiene razón, obviamente. Ese es el gran peligro que efectivamente hoy se cierne sobre todos nosotros.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.