Me refiero a Jaime Nebot, en mi opinión uno de los pocos políticos experimentados que podrían no sólo desbancar a Rafael Correa en las elecciones presidenciales del 2013, sino, luego de ellas, hacer un buen gobierno para Ecuador, administrando eficientemente a ese país.
En los últimos tiempos Jaime Nebot ha tenido apenas un romance largo (y ciertamente correspondido) con su propia ciudad. No se ha animado, sin embargo, a levantar la vista y mirar a su país en su conjunto, con ambición de gobierno nacional. Una pena
Pero las cosas pueden cambiar. Siempre. Y la oportunidad puede quizás estar apareciendo para Nebot. Quien, no obstante, no emite señal concreta alguna de haberlo advertido. Por el momento, al menos.
La construcción de un nuevo monumento (un obelisco de granito) que está siendo erigido en memoria del ex presidente (1984-88) y ex alcalde de Guayaquil, León Febres Cordero (un verdadero ícono de la política ecuatoriana) parece haber, de pronto, reagrupado y acercado a los dirigentes social-cristianos.
Quizás porque Rafael Correa -que como todos los “bolivarianos” está empeñado en reescribir la historia de su país, con sus propios héroes- se opone arbitrariamente a la construcción del mismo. A punto tal, que la policía nacional intentó destruir los materiales que se estaban utilizando para erigirlo.
Éste, el de manipular la historia, es un juego peligroso. Pero no demasiado nuevo. El fundador de China, el emperador Shih Huang Ti, destruyó una tras otra todas las obras de historia que existían en su tiempo. Enseguida asesinó a los historiadores, para que no las reiteraran. Y luego mandó escribir una nueva, naturalmente a su gusto y paladar. Cuenta Jorge Luis Borges (en: “la muralla y los libros”, 1950) que quienes ocultaron libros fueron marcados con un hierro candente y condenados a participar en la construcción de la Gran Muralla China.
En un camino paralelo, tanto Robespierre, como el terrible Pol Pot, cambiaron el calendario de sus respetivos países para así trasmitir la idea de que no había un pasado, sino apenas un “nuevo comienzo”.
En política, la constante apología del pasado sirve para disimular lo poco que se avanza en el presente. Y la memoria no sólo es selectiva, sino también maleable. De allí las manipulaciones que se intentan, una y otra vez. En todos los rincones del mapa. A veces sin disimulo alguno.
El mencionado Borges (en “Nathaniel Howthorne”, 1949) nos recuerda, pese a todo, que “el pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven -nos dice- todas las cosas y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado”.
Porque la historia es una parte esencial de la identidad de un pueblo. Y porque el pasado puede manipularse arteramente, de modo que -de pronto- luzca más bien como una “conveniente” profecía.
La historia es, además, recordar al pasado y una forma de elegir lo que se quiere o no se quiere olvidar. Es entonces, a veces, una suerte de pacto con el olvido, que sirve para la reconciliación o para -por la vía de mantener vivos los resentimientos- el enfrentamiento o división de los pueblos.
La vieja alianza social-cristiana en el Ecuador, que se quebrara en el 2009, se ha reconformado y ahora sus distintos eslabones caminan juntos hacia las elecciones de 2013. Una amenaza más para Rafael Correa. Real.
Por esto su intento de debilitarla, paralizando la reaparición de la poderosa imagen de León Febres Cordero. Para evitar que ella brille y arroje luz sobre los candidatos social-cristianos que previsiblemente deberá enfrentar. Lo que es, posiblemente, una admisión de debilidad.
Quizás, de pronto, el propio Nebot lo advierta y se anime a dar “el gran salto”: el que lo puede proyectarlo al escenario grande de su país, cuyos actores de reparto son hoy absolutamente de segunda línea. Empezando por el propio Rafael Correa, pese a su arrogancia y más allá de su verborragia.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.