Tengo para mí que Alberto Fernández es probablemente el presidente menos idóneo para el ejercicio de su alto mandato de toda la historia argentina reciente. Y aparentemente no estoy demasiado solo en esa opinión adversa.
En efecto, una encuesta anual recientemente realizada por la prestigiosa Poliarquía, en la que se entrevista a los formadores de opinión y a los empresarios, académicos, investigadores y periodistas líderes del país, muestra un resultado tan contundente como asombroso. Esto es, que nada menos que el 82% de los entrevistados cree que el actual presidente argentino “no sabe resolver los problemas”. Que no es idóneo, entonces.
Lo que es peligrosísimo para el futuro de un país que lleva por lo menos siete décadas de decadencia permanente y que está inmerso en una muy profunda y dañina recesión. Con prácticamente todos los sectores viviendo “colgados” del sector agropecuario, de cuya renta están prendidos, cual garrapatas. Fundamentalmente a través de una presión tributaria asfixiante, múltiples tipos de cambio, e impuestos elevados a la exportación de sus productos con los que el Estado, sin correr riesgos, se lleva, impertérrito, más de los dos tercios de la renta agropecuaria.
En la Argentina, todo es así. Las consecuencias adversas de la pandemia del “coronavirus” –por ejemplo- no las paga el Estado, ni la sociedad en su conjunto, sino apenas unas doce mil personas, a las que se ha calificado, muy gráficamente, como “las que más tienen”, como si ello fuera un pecado y a las que se aplican dos duros impuestos al capital, superpuestos.
La idea de esa forma de “trasladar” a unos pocos el impacto de la pandemia ha sido impulsada por un hombre que militó -por largo rato- en las filas del comunismo y que hoy es un legislador filo-peronista: Carlos Heller, lleno de profundos y evidentes resentimientos. Pero tan hábil que se ha metido visiblemente bajo el poncho de Máximo Kirchner, con quien ya comparte la responsabilidad histórica de haber asfixiado la inversión en la Argentina y, además, sembrado desconfianza en los operadores de la economía, por un largo rato. Lo que normalmente se traduce en una parálisis del crecimiento y en un ambiente de enorme incertidumbre, como es el actual.
Entre los entrevistados, un 76% desaprueba abiertamente la gestión del gobierno nacional. Y el antes mencionado 82% sostiene que el gobierno, lamentablemente, “no sabe” cómo solucionar efectivamente los serios problemas que hoy enfrenta. Terrible.
La clase política se ha transformado, está claro, en el principal problema que hoy enfrenta el país. Sólo Horacio Rodríguez Larreta, que conduce, desde las filas de la oposición, a la ciudad de Buenos Aires y María Eugenia Vidal, también opositora, tiene una imagen política positiva. Ningún otro dirigente la tiene. Ni siquiera el ahora forzosamente alejado Papa Francisco qué, sin embargo, de tanto en tanto, mete su cuchara en la política de su país, aunque con poco éxito y aún menos credibilidad.
A todo lo que se agrega que el 87% de los encuestados sostiene, asimismo, que el contexto argentino actual es negativo para el desarrollo de los negocios. Con mucha razón.
Preguntados que son por las acciones a tomar que son -para ellos- ya imperiosas, contestan que hay que reducir la enorme presión y voracidad fiscal; destrabar la economía, esto es desburocratizarla; y combatir la creciente inflación. Y es efectivamente así.
Sólo el 23% de los encuestados supone que la economía argentina mejorará a lo largo del año en curso. Menos que uno de cada cuatro, entonces. El pesimismo es muy notorio y parece estar justificado, fundamentalmente por la bajísima calidad del actual liderazgo político, incluyendo el de la oposición.
El “clima de inversión” actual no es tan sólo malo, sino que es claramente desfavorable. Ahuyenta, en lugar de atraer.
Y no hay razones para pensar que esto cambiará, al menos en el corto plazo. Particularmente desde que aún quedan por delante tres largos años de gestión del presidente Alberto Fernández, a quién muchos ven como apenas un mero “operador” de su propia vice-presidente, Cristina Fernández de Kirchner, que luce como la verdadera detentadora del poder político en la triste actualidad argentina. Ojalá me equivoque.
Una nueva encuesta del Grupo de Opinión Pública acaba de ratificar lo antedicho. El 57,3% de los participantes considera que la gestión del gobierno nacional es mala o muy mala. El desencanto es obvio. Por esto, en la elección intermedia de este año, los pronósticos auguran una derrota para el oficialismo.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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